Después de la
vida
Buenos días, amigo
Una vez un taxista me interrumpió una reflexión
sobre la vida que sigue a esta vida terrenal, diciéndome: “¡Nadie ha venido a
contarnos lo que hay después!”. “Mire, le dije, en la vida de san Juan Bosco
hay un hecho que fue presenciado por un grupo de seminaristas entre los 20 y 30
años y que ha testificado este santo (1815-1888) en sus memorias”.
Siendo Don Bosco seminarista hizo un trato con su amigo Luis Comollo: “el
que muera primero vendrá a avisar si está o no en el Cielo”. Al poco tiempo
murió el amigo de Don Bosco. Habían pasado cuatro días del entierro, y Bosco no
podía dormir. Cuando el reloj de la iglesia tocó las doce, se oyó un rumor sordo que hizo vibrar las paredes, el
pavimento y el techo.
Los
seminaristas se despertaron y quedaron mudos. “Yo estaba petrificado de horror —cuenta
Don Bosco— se abrió
violentamente la puerta del dormitorio; solo se vio un fulgor pálido. Luego un
repentino silencio; la luz brilló más y oí la voz de Comollo, que por tres
veces me dijo: “¡Bosco, Bosco, Bosco! ¡Me he salvado!”.
Morir en pecado mortal sin estar
arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer
separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Eso es el
infierno: algo peor que el fuego y cualquier tormento, la separación de un Dios
todo bondad, belleza y verdad. Jesús habló quince veces del infierno para que
estemos muy atentos. P. Natalio.
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