Dios
de la tierra y del cielo
Buenos
días, amigo/a
En este inspirado himno pides a
Dios “salir de las vanidades”. Las vanidades del hombre son esas frivolidades,
completamente intrascendentes, que no pocas veces acaparan tiempo y fatiga,
mientras dejas en la penumbra tus auténticas prioridades que merecen una
dedicación y entusiasmo incansables.
Dios de la tierra y
del cielo, que, por dejarlas más claras, las grandes aguas separas,
pones un límite al
cielo.
Tú que das cauce al
riachuelo y alzas la nube a la altura, tú que, en cristal de frescura,
sueltas las aguas del
río sobre las tierras de estío, sanando su. quemadura,
danos tu gracia,
piadoso, para que el viejo pecado no lleve al hombre engañado
a sucumbir a su acoso.
Hazlo en la fe
luminoso, alegre en la austeridad y hágalo tu claridad salir de sus vanidades;
dale, Verdad de
verdades, el amor a tu verdad. Amén.
Y concluye el poema con una sólida súplica:
“dame el amor a tu verdad”. La verdad de Dios, es su voluntad, su camino, sus
palabras. Este concepto está ampliamente desarrollado en el salmo 119. Por
ejemplo: “Enséñame, Señor, a cumplir tu voluntad y a guardarla de todo corazón;
guíame por la senda de tus mandatos, porque ella es mi gozo. Dame vida con tu
palabra”. P. Natalio.
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