jueves, 5 de febrero de 2015


Polvo y ceniza


Buenos días, amigo/a

El lenguaje de la Biblia es rico en símbolos. Si te familiarizas con ellos comprenderás y gozarás más sus mensajes. Para describir la abismal distancia entre Dios y el hombre, compara a éste con el vil y despreciable polvo del camino y con las cenizas. Ante la inmensidad, sabiduría y poder del Señor que nos ha creado nos corresponde un actitud de profunda humildad, en otras palabras, saber ubicarnos correctamente.

Génesis 18, 27: Entonces Abraham dijo: «Yo, que no soy más que polvo y ceniza, tengo el atrevimiento de dirigirme a mi Señor”.
Eclesiástico 10, 9: ¿De qué se ensoberbece el que es polvo y ceniza, si aún en vida sus entrañas están llenas de podredumbre?
Job 42, 5-6: Yo te conocía sólo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos. Por eso me retracto, y me arrepiento en el polvo y la ceniza.

Por otra parte la actitud humilde del hombre atrae y seduce a Dios que acude en su auxilio: “En ése fijaré mis ojos dice Dios en el humilde y abatido, en el que se estremece ante mis palabras” (Is. 66,2).  La humildad es la madre de todos los bienes. Paciencia, dulzura, dominio de sí mismo, confianza en los otros, todos estos frutos del Espíritu, de los cuales habla san Pablo, crecen en un árbol cuya raíz es la humildad. Jesús, manso y humilde de corazón, te enseñe a apreciar esta sólida virtud. P. Natalio.

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