sábado, 8 de diciembre de 2012

Santa Isabel de Hungría

Buenos días, amigo/a

Un buen consejo: lee al menos una vida de santos al año. Si no tienes
afición a la lectura, puedes ver cada año una buena película de
santos. ¿Por qué? El testimonio de una vida santa mueve a la
admiración. Son obras maestras de Dios, el artista perfecto. Nos
revelan la presencia de Dios, su amor y su poder en personas como
nosotros que se abrieron a la gracia del Señor. Nos movilizan a imitar
sus ejemplos.

Un día se presentó una miserable leprosa. La reina Isabel, movida a
compasión, la introdujo en su palacio, y siendo necesario recostarla
para curarla, la hizo colocar en el mismo lecho real. Llega entonces
su esposo y, sin poder contenerse de indignación, quiere arrojarla; se
acerca y encuentra a Jesucristo recostado sobre la cruz. En otra
ocasión, un día de invierno, llevaba en su manto panes para sus
pobres. El príncipe Luis, su esposo, junto con una gran comitiva la
encuentra: “¿Qué es lo que llevas, amiga mía?”, le pregunta, y
desplegado el manto aparece una cantidad de perfumadas rosas. Quedan
todos estupefactos. “No temas; sigue tu camino”, dice Luis a su
esposa; y luego añadió: “Debería levantarse aquí una columna en
recuerdo del milagro que acabamos de ver”.

Ayudar y servir son dos expresiones concretas de un amor que se brinda
con generosidad a los demás. De este olvido de ti mismo, surgirá como
por magia, tu propia felicidad, tu auténtica realización. “Dormí y
soñé que la vida era alegría. Desperté y vi  que la vida era servicio.
Y, en el servicio,  encontré la alegría” (Tagore). A servir, pues,
como S. Isabel de Hungría. P. Natalio.

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