jueves, 9 de julio de 2015


El dolor y el placer


Buenos días, amigo/a

Cuando se recuperaba de una operación en la pierna, destrozada por una bala de cañón, San Ignacio tuvo una experiencia que lo marcó en la vida. Advirtió que el placer que le producía leer vidas de santos era bien distinto del experimentado después de disfrutar una novela de caballería. Era un placer espiritual, muy delicado, que le dejaba una alegría pura y duradera.

El dolor y el placer sirven para apreciar la diferencia entre la vida material y la espiritual. Comes una golosina que te gusta mucho. Es un placer material. A los po­cos minutos se acaba el goce. Tienes una moneda. Encuentras a un niño muy necesitado que sufre hambre. Le das tu moneda. Todo ese día recor­darás tu buena acción. Un año después, veinte años después, recordarás que un  día te privaste de tu monedita para que un niño comprara pan. Este placer es espiritual; es puro y duradero. Si al cerrar una puerta te aprietas un dedo experimentarás dolor. Pero pasa este dolor y al día siguiente ya no lo re­cuerdas. Era un dolor material. Le das un gran disgusto a tu madre, robas algo, cometes una injusticia con un compañero. La conciencia te dice que has procedido mal. Te duele haber pro­cedido así. Este dolor dura mucho. Este dolor es espiritual.

Dios, dice San Agustín, mezcla las amarguras con las alegrías de la tierra, a fin de llevar al hombre a aquella felicidad y alegría, cuya dulzura nunca engaña y que sólo se encuentra en Dios. El mundo se regocija en la nada: sus alegrías están vacías, no tienen sabor ni duración. Son una gota de miel que se convierte en un mar de hiel. Ojalá captes la diferencia. P. Natalio.

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