El dolor y el placer
Buenos
días, amigo/a
Cuando se recuperaba de una
operación en la pierna, destrozada por una bala de cañón, San Ignacio tuvo una
experiencia que lo marcó en la vida. Advirtió que el placer que le producía
leer vidas de santos era bien distinto del experimentado después de disfrutar
una novela de caballería. Era un placer espiritual, muy delicado, que le dejaba
una alegría pura y duradera.
El dolor y el placer sirven para apreciar la diferencia entre la vida
material y la espiritual. Comes una golosina que te gusta mucho. Es un placer
material. A los pocos minutos se acaba el goce. Tienes una moneda. Encuentras
a un niño muy necesitado que sufre hambre. Le das tu moneda. Todo ese día recordarás
tu buena acción. Un año después, veinte años después, recordarás que un día te privaste de tu monedita para que un
niño comprara pan. Este placer es espiritual; es puro y duradero. Si al cerrar
una puerta te aprietas un dedo experimentarás dolor. Pero pasa este dolor y al
día siguiente ya no lo recuerdas. Era un dolor material. Le das un gran
disgusto a tu madre, robas algo, cometes una injusticia con un compañero. La
conciencia te dice que has procedido mal. Te duele haber procedido así. Este
dolor dura mucho. Este dolor es espiritual.
Dios, dice San Agustín, mezcla
las amarguras con las alegrías de la tierra, a fin de llevar al hombre a
aquella felicidad y alegría, cuya dulzura nunca engaña y que sólo se encuentra
en Dios. El mundo se regocija en la nada: sus alegrías están vacías, no tienen
sabor ni duración. Son una gota de miel que se convierte en un mar de hiel.
Ojalá captes la diferencia. P. Natalio.
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