Una vida sin fin
Buenos
días, amigo/a
La vida del cristiano es un confiado caminar hacia la Casa del Padre, y la muerte
es la puerta. Junto a ella está esperando Dios Padre para introducirnos en la
eterna fiesta de su inmenso corazón. ¿Por qué tememos la muerte? Sencillamente,
porque no podemos imaginar lo maravilloso que será vivir junto a Dios. “Nadie
vio ni oyó y ni siquiera puede pensar aquello que Dios preparó para los que lo
aman (1Cor 2, 9).
San Francisco de Borja, desde
los dieciocho años estaba en la corte de Carlos V, y a los veintinueve fue
nombrado virrey de Cataluña. Ese mismo año, recibió la misión de conducir los
restos mortales de la emperatriz Isabel hasta la sepultura real de Granada. Él
la había visto muchas veces rodeada de aduladores y de todas las riquezas de la
corte. Al abrir el féretro para reconocer el cuerpo, la cara de la difunta
estaba ya en proceso de descomposición. Cuando vio el efecto de la muerte sobre
la que había sido la bellísima emperatriz, quedó vivamente impresionado.
Comprendió con gran nitidez la caducidad de la vida terrena, y tomó entonces su
famosa resolución: «¡Nunca más servir a señor que se me pueda morir!».Y se hizo
jesuita.
Todos tememos la muerte, pero, ¡qué distinto es ver la muerte desde la
fe en la vida eterna y no desde el vacío de la incredulidad, o desde la
frivolidad de una vida mundana! “Qué bondad tan grande, Señor, reservas para
tus fieles (Sal. 30). Se nutrirán de lo sabroso de tu Casa, les darás a beber
del torrente de tus delicias, (Sal. 35)”.
¡Qué maravillosa esperanza! P. Natalio.
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