lunes, 6 de octubre de 2014

La gran diferencia


Buenos días, amigo/a.

“Decimos “madre de Dios” y lo decimos tranquilamente, con la misma naturalidad con que decimos la madre de Carlos o de Carlota. Sin embargo, esa expresión está reclamando nuestro estupor, incluso cierta resistencia, cierto escándalo. Madre de Dios. En el límite del lenguaje y al borde mismo del absurdo, hemos tenido que hablar así: Dios, que es incapaz de hacer otro Dios, hizo lo más que podía hacer, una madre de Dios”, (José Cabodevilla).

Una persona decía a un amigo: —¿Por qué honrar tanto a la Virgen María? ¿Es que hay diferencia entre ella y mi madre? Y el amigo le respondió: —Supongamos que entre las dos madres no hubiera tanta diferencia. Pero entre el Hijo de la una y el hijo de la otra sí hay una diferencia inmensa, infinita. Por eso amamos a la Virgen María: porque es Madre del verdadero Dios. Si el pueblo de Israel honraba tanto a Betsabé, por ser la madre del sabio rey Salomón, ¿no deberemos honrar nosotros a María Santísima por ser Madre del más grande hombre que ha tenido el mundo, que es Nuestro Señor Jesucristo y nuestro Dios?

“En la Sagrada Escritura encontramos pocas palabras de la Virgen, pero son como granos de oro puro: si los fundimos con el fuego de una amorosa contemplación, serán suficientes para irradiar sobre toda nuestra vida el esplendor luminoso de las virtudes de María”, (Santa Teresa Benedicta de la Cruz). Hazla conocer, amar y honrar por los demás. P. Natalio.

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