La
gran diferencia
Buenos días,
amigo/a.
“Decimos “madre de
Dios” y lo decimos tranquilamente, con la misma naturalidad con que decimos la
madre de Carlos o de Carlota. Sin embargo, esa expresión está reclamando
nuestro estupor, incluso cierta resistencia, cierto escándalo. Madre de Dios.
En el límite del lenguaje y al borde mismo del absurdo, hemos tenido que hablar
así: Dios, que es incapaz de hacer otro Dios, hizo lo más que podía hacer, una
madre de Dios”, (José Cabodevilla).
Una persona decía a un
amigo: —¿Por qué honrar tanto a la Virgen María? ¿Es que hay diferencia entre ella y
mi madre? Y el amigo le respondió: —Supongamos que entre las dos madres no
hubiera tanta diferencia. Pero entre el Hijo de la una y el hijo de la otra sí
hay una diferencia inmensa, infinita. Por eso amamos a la Virgen María: porque
es Madre del verdadero Dios. Si el pueblo de Israel honraba tanto a Betsabé,
por ser la madre del sabio rey Salomón, ¿no deberemos honrar nosotros a María
Santísima por ser Madre del más grande hombre que ha tenido el mundo, que es
Nuestro Señor Jesucristo y nuestro Dios?
“En la Sagrada Escritura
encontramos pocas palabras de la
Virgen, pero son como granos de oro puro: si los fundimos con
el fuego de una amorosa contemplación, serán suficientes para irradiar sobre
toda nuestra vida el esplendor luminoso de las virtudes de María”, (Santa
Teresa Benedicta de la Cruz).
Hazla conocer, amar y honrar por los demás. P. Natalio.
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