jueves, 24 de julio de 2014

El águila de las alas cortadas


Buenos días, amigo/a

Ser agradecido es propio de corazones nobles. No es lo común. Cuando Jesús curó a diez leprosos, sólo uno regresó a dar las gracias. El reconocimiento de los favores recibidos hace quedar bien consigo mismo por haber hecho lo que es justo y correcto. Desde luego, el que beneficia a alguien debe hacerlo por pura bondad. Pero le es grato verse agradecido.

Cierto día un hombre capturó un águila, le cortó sus alas y la soltó en el corral junto con todas sus gallinas. El águila, profundamente deprimida añorando su grandeza, bajaba la cabeza y  no comía al sentirse como una reina encarcelada. Un hombre al pasar la vio, le gustó y decidió comprarla. Le arrancó las plumas cortadas y se las hizo crecer de nuevo. Cuando repuso el águila sus alas, alzó vuelo y apresó enseguida a una liebre para llevársela en agradecimiento a su liberador. Una zorra la vio y maliciosamente le dio este consejo: --No le lleves la liebre a ése que te liberó, sino al que te capturó; pues el que te liberó ya es bueno sin más estímulo. Procura más bien ablandar al otro, no vaya a atraparte de nuevo y te arranque completamente las alas.

Esta fábula ofrece varias enseñanzas. Por ejemplo: la de permitir a los animalitos vivir felices en su hábitat natural y no tenerlos cautivos. Otra es la de actuar con simplicidad y sencillez, sin otras intenciones escondidas, como maliciosamente sugería la zorra. Empieza hoy por intentar cumplir lo que dice san Pablo: “Vivan dando gracias a Dios”. P. Natalio.

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