Oración
del enfermo
Buenos días,
amigo/a.
Un golpe inesperado nos duele, un revés de fortuna nos abate, una
enfermedad grave nos desconcierta, y nosotros nos quejamos amargamente a Dios.
Si prestásemos atención entonces a una voz que percibimos en nuestro corazón,
oiríamos: “¿Y tú, hijo mío, por qué me has olvidado? ¿Por qué estabas
adormecido en el bienestar de una vida sin sentido?”.
Señor tú conoces mi existencia, conoces mi dolor. Has
visto mis ojos llorar, mi rostro triste, mi cuerpo doliente y mi alma
atribulada. Seguiré tus pasos, Señor, porque “Tu yugo es suave y tu carga es
ligera”. Hazme comprender tus sufrimientos, tu amor hacia los hombres. Sé que
estoy cumpliendo en mi vida lo que falta a tu dolorosa pasión. Ayúdame a
sufrir, con paz y alegría, sin quejarme. Ayúdame a sufrir con amor. Te pido por
todos los que sufren, los pobres, los que no reciben ni siquiera un poco de
cariño. Señor, sé que transformarás en rosas todas mis espinas, sé que todo,
también el dolor, lo dispones para el bien de los que te aman. Te amo Jesús
mío. Amén.
La escuela del
dolor ayuda a ejercitarse en virtudes heroicas. Las pruebas que cayeron sobre
Job, lo hicieron perfecto; la ceguera formó y santificó a Tobías; la calumnia
inmortalizó a José; la persecución purificó a David; los leones dieron a
conocer la virtud de Daniel. “Tus dolores son como astillas de la cruz de
Cristo; no está bien que adorando esa cruz, maldigas sus astillas”. P. Natalio.
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