domingo, 10 de junio de 2012


Ladrillo tras ladrillo…


Buenos días, amigo/a.

La virtud de la constancia es fundamental porque da un toque de
perfección a todos los talentos del hombre. Sin ella nada vale ser un
genio en el arte, en la ciencia, en la literatura o en los negocios.
No se llega a ninguna meta. Queda uno vencido por el camino.

Los días más amargos de Tomás Carlyle empezaron aquella mañana cuando
su amigo Stuart Mill entró en su estudio diciendo: —No sé cómo
decírtelo…Pero aquel manuscrito que me diste a leer… Pues, ¿sabes?...
la sirvienta lo usó para encender la chimenea. Carlyle relata que
experimentó sentimientos alternativos de ira y pesar, pero acabó en un
hondo desconsuelo. —Hasta que un día —prosigue— asomándome a la
ventana, vi a unos albañiles trabajando. Caí en la cuenta de que,
igual que ellos iban poniendo ladrillo tras ladrillo, aún podía yo
también añadir una palabra a otra, una frase a otra. Con aquella
reflexión, comenzó a escribir de nuevo “La Revolución Francesa”. Y el
fruto de su tenacidad perdura como una obra clásica en su género y
como un monumento al valor que venció la frustración.


Beethoven, el genio de la música, dijo que el genio se compone del dos
por ciento de talento y del noventa y ocho por ciento de perseverante
aplicación. La voluntad tenaz es la que produce el milagro de la
constancia a toda prueba. Vale la pena entrenarla cada día. Hasta
mañana. P. Natalio.

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