Un anciano y Madre Teresa
Buenos días, amigo/a.
Por un sentimiento de piedad Jesús evitó que apedrearan a aquella
mujer sorprendida en adulterio. Se compadeció ante aquella viuda que
había perdido a su hijo, y se lo devolvió con vida. Ante la muerte de
Lázaro, su amigo, lloró de dolor antes de resucitarlo. Y frente a la
multitud que parecía como ovejas sin pastor, se conmovió, y multiplicó
los panes.
“Una vez Madre Teresa fue a visitar a un anciano que vivía solo. La
casa estaba sucia. Intentó limpiarla, pero no se lo permitió. “¿Para
qué?, replicó el anciano. Nadie viene a verme”. Entre los andrajos, la
Madre Teresa encontró una magnífica lámpara cubierta de polvo. “¿Por
qué no la enciendes?, le dijo. “¿Para qué?, replicó el anciano. “Nadie
viene a verme. Estoy bien a oscuras “. “¿La encenderías si alguien
viniera a verte?”, le replicó Teresa. “Sí, la encendería con tal de
escuchar una voz humana en esta casa”. A los pocos días la Madre
Teresa mandó a una de sus religiosas, y recibió una nota brevísima del
anciano: “Quiero decirte que la lámpara que prendiste en mi vida sigue
encendida”.
A veces vemos personas necesitadas de misericordia: enfermos,
solitarios, ancianos tristes, niños abandonados, gente que duerme en
la calle, marginados de todo tipo. Estos prójimos necesitan ante todo
sentir la cercanía y afecto de alguien que les dé a comprender que no
están ni sufren solos. Ojalá puedas brindarles presencia humana P.
Natalio.
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