lunes, 7 de mayo de 2012

Al caer la tarde


Buenos días, amigo/a.

Al fin de una jornada agitada de lucha y de trabajo, nada ayuda tanto
a restaurar la paz en el alma como una oración llena de confianza en
el Señor. En efecto, en él encontramos un refugio seguro, un amigo
fiel, un pastor que acompaña con solícito cuidado. El himno que hoy te
ofrezco te introduce en un ambiente de celestial compañía.

Como el niño que no sabe dormirse sin asirse a la mano de su madre,
así mi corazón viene a ponerse sobre tus manos al caer la tarde.
Como el niño que sabe que alguien vela su sueño de inocencia y esperanza,
así descansará mi alma segura, sabiendo que eres Tú quien nos aguarda.
Tú endulzarás mi última amargura, tú aliviarás el último cansancio,
tú cuidarás los sueños de la noche, tú borrarás las huellas de mi llanto.
Tú nos darás mañana nuevamente la antorcha de la luz y la alegría,
y, por las horas que te traigo muertas, tú me darás una mañana viva. Amén.


Ojalá que, por propia experiencia, tengas la certeza que el mejor
descanso, ese oasis interior de paz que necesitas al fin del día, son
los brazos divinos del Padre. Allí está “la verde pradera donde
recostarte, de él fluye la fuente tranquila que repara las fuerzas
agotadas”. La oración es la llave que cierra sabiamente cada jornada.
El Señor te bendiga y proteja. P. Natalio.

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