viernes, 17 de junio de 2011

Oración del enfermo


Buenos días, amigo/a.

Un golpe inesperado nos duele, un revés de fortuna nos abate, una
enfermedad grave nos desconcierta, y nosotros nos quejamos amargamente
a Dios. Si prestásemos atención entonces a una voz que percibimos en
nuestro corazón, oiríamos: “¿Y tú, hijo mío, por qué me has olvidado?
¿Por qué estabas adormecido en el bienestar de una vida sin sentido?”.

Señor tú conoces mi existencia, conoces mi dolor. Has visto mis ojos
llorar, mi rostro triste, mi cuerpo doliente y mi alma atribulada.
Seguiré tus pasos, Señor, porque “Tu yugo es suave y tu carga es
ligera”. Hazme comprender tus sufrimientos, tu amor hacia los hombres.
Sé que estoy cumpliendo en mi vida lo que falta a tu dolorosa pasión.
Ayúdame a sufrir, con paz y alegría, sin quejarme. Ayúdame a sufrir
con amor. Te pido por todos los que sufren, los pobres, los que no
reciben ni siquiera un poco de cariño. Señor, sé que transformarás en
rosas todas mis espinas, sé que todo, también el dolor, lo dispones
para el bien de los que te aman. Te amo Jesús mío. Amén.

La escuela del dolor ayuda a ejercitarse en virtudes heroicas. Las
pruebas que cayeron sobre Job, lo hicieron perfecto; la ceguera formó
y santificó a Tobías; la calumnia inmortalizó a José; la persecución
purificó a David; los leones dieron a conocer la virtud de Daniel.
“Tus dolores son como astillas de la cruz de Cristo; no está bien que
adorando esa cruz, maldigas sus astillas”. P. Natalio.

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