El monje y el turista
Buenos días, amigo/a.
El sentido de nuestra vida no cabe en el corto espacio que media entre
la cuna y la tumba. Hay que buscarlo más allá. El Eclesiastés, con su
tono sombrío, señala que las cosas de este mundo son "poca cosa", pura
vanidad. No bastan para hacernos felices. No basta toda la prosperidad
del mundo para colmar las ansias eternas del corazón del hombre.
Un turista se encontró con un monje en meditación y quedó impresionado
por la felicidad y la paz que le inspiraba. El turista se le acercó y
le preguntó: —¿Cómo es que Ud. que ha renunciado a todo en el mundo,
está en paz y vive feliz como si lo tuviera todo? ¿En qué se basa su
capacidad de renuncia? El monje se sonrió y dijo: —También yo me
asombro de la capacidad de renuncia de los hombres del mundo. Pues yo
sólo renuncio a cosas perecederas a cambio de tesoros de valor
infinito, mientras que ellos renuncian a lo infinito por banalidades y
cosas perecederas.
Triste suerte la de quien sólo trabaja para vivir, pero no sabe para
qué vive. Triste suerte la de aquel que ha hecho del "tener y retener"
el objetivo de su vida. Dichoso, en cambio, el que, mientras gana su
pan o acrecienta su fortuna, sabe hacer del trabajo una ocasión de
servicio al prójimo y de cooperación con el proyecto de Dios. La
Palabra del Señor te ilumine. P. Natalio
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