martes, 5 de octubre de 2010


Gracias, Señor, por mis manos


Buenos días, amigo/a

Ningún trabajo es insignificante o despreciable, cualquier ocupación merece que pongamos todas nuestras fuerzas y nuestra creatividad en ella. “Si alguien está llamado a ser barrendero, debería barrer las calles como Miguel Ángel pintaba, como Beethoven componía música o como Shakespeare escribía versos”, (M. L. King). Aprecia y agradece tus manos.

Gracias Señor, por mis manos. Gracias por las dos. Por mi dedo pulgar, por el índice, por todos, gracias. Gracias, por todo lo lindo que hice con ellas. Gracias, por lo bien que me obedecen, porque nunca se me niegan. Gracias, cuando trabajan y se ensucian, cuando duelen, cuando rezan, cuando acarician. Gracias por lo bien que se mueven y lo poco que descansan. No me castigues en ellas, ni permitas que con ellas yo castigue a nadie. Dale manos así a todos los niños, a todos los hombres, a quien las necesite para servirte. Gracias todos los días, cada hora, cada minuto, siempre. Gracias Señor, ¡gracias por mis manos!

El trabajo honrado y responsable nos libera del aburrimiento, de entregarnos a los vicios, y nos proporciona los recursos para remediar nuestras necesidades fundamentales. Es una bendición de Dios. Trabaja con gusto y acabarás sintiendo gusto por el trabajo. “El que no quiera trabajar, que no coma”, escribió san Pablo a los de Tesalónica. Que tengas un día de acción. P. Natalio.

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