El pavo real y sus admiradores
Buenos
días, amigo/a
Te invito a reflexionar hoy sobre la vanidad
humana. “La cola del pavo real
honra al que la creó; pero, el pavo no tiene nada que ver en ello”, (J. Leclercq).
“El vanidoso es como un gallo que se imaginase que el sol sale para oírlo
cantar”. “Vasito de barro: ¿por qué te quieres poner tan alto? ¿No ves
que si te caes, te quiebras? ¿No sabes que el aroma de tus flores se percibe
mejor si estás abajo?”, (V. Gar-Mar).
El pavo real, con la cola desplegada, erguido en un delicioso cuadro de
prados verdes, de aguas relucientes y de arbustos, parecía sacudir alrededor
suyo, bajo los rayos del sol, una lluvia de pedrerías, un rocío de esmeraldas,
de zafiros y de oro. Lo rodeaba un gran círculo de admiradores extasiados, y él
gozaba de veras. Pero se le ocurrió a uno de los que allí estaban decir en voz
alta que también era muy lindo el faisán dorado. Por cierto, no le quitaba al
pavo real nada de su mérito, y sin embargo se quedó éste tan triste, casi como
si le hubieran llamado feo. Muchos pavos, que no siempre son reales, así
piensan que el mérito ajeno rebaja el de ellos. (G. Daireaux).
Un testimonio valioso: “No sé cómo puedo ser considerado por el
mundo, pero en mi opinión, me he comportado como un niño que juega al borde del
mar, y que se divierte buscando de vez en cuando una piedra más pulida o un
caparazón de molusco más bonito que los demás, mientras que el gran océano de
la verdad se presentaba ante mí completamente desconocido”, (Isaac Newton). La
humildad surge de compararnos con Dios, no con los demás. P. Natalio.
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