martes, 4 de agosto de 2015


El pavo real y sus admiradores


Buenos días, amigo/a

Te invito a reflexionar hoy sobre la vanidad humana. “La cola del pavo real honra al que la creó; pero, el pavo no tiene nada que ver en ello”, (J. Leclercq). “El vanidoso es como un gallo que se imaginase que el sol sale para oírlo cantar”. “Vasito de barro: ¿por qué te quieres poner tan alto? ¿No ves que si te caes, te quiebras? ¿No sabes que el aroma de tus flores se percibe mejor si estás abajo?”, (V. Gar-Mar).

El pavo real, con la cola desplegada, erguido en un delicioso cuadro de prados verdes, de aguas relucientes y de arbustos, parecía sacudir alrededor suyo, bajo los rayos del sol, una lluvia de pedrerías, un rocío de esmeraldas, de zafiros y de oro. Lo rodeaba un gran círculo de admiradores extasiados, y él gozaba de veras. Pero se le ocurrió a uno de los que allí estaban decir en voz alta que también era muy lindo el faisán dorado. Por cierto, no le quitaba al pavo real nada de su mérito, y sin embargo se quedó éste tan triste, casi como si le hubieran llamado feo. Muchos pavos, que no siempre son reales, así piensan que el mérito ajeno rebaja el de ellos. (G. Daireaux).

Un testimonio valioso: “No sé cómo puedo ser considerado por el mundo, pero en mi opinión, me he comportado como un niño que juega al borde del mar, y que se divierte buscando de vez en cuando una piedra más pulida o un caparazón de molusco más bonito que los demás, mientras que el gran océano de la verdad se presentaba ante mí completamente desconocido”, (Isaac Newton). La humildad surge de compararnos con Dios, no con los demás. P. Natalio.

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