Meditar
Buenos
días, amigo/a
Repetidas veces en la Biblia se recomienda la
meditación. Es propio del hombre justo y recto meditar amorosamente la ley de
Dios y su palabra, las obras maravillosas del Señor, su bondad y misericordia.
No dedicarse con afán a esta tarea es señal de olvido, negligencia y necedad.
En la meditación se mantiene y crece la fidelidad, la ardorosa búsqueda de
Dios. He aquí algunos textos de ejemplo:
Salmo 1: ¡Feliz el hombre cuyo
gozo es la ley del Señor, y la medita de día y de noche! Salmo 118, 97-103:
¡Cuánto amo tu voluntad!: todo el día la estoy meditando; soy más docto que
todos mis maestros, porque medito tus preceptos. Eclesiástico 3, 29: El corazón
inteligente medita los proverbios, y el sabio desea tener un oído atento. Proverbios
2, 11-12: La reflexión cuidará de ti y la inteligencia te protegerá, para
librarte del mal camino, del hombre que habla con perversidad. Sabiduría 6, 15:
Meditar en la sabiduría es la perfección de la prudencia, y el que se desvela
por su causa pronto quedará libre de inquietudes. Lucas 2, 19: María conservaba
(recordaba) estas cosas y las meditaba en su corazón.
El hábito de meditar
es valiosísimo porque orienta tu vida. Sosiega el espíritu y lo
pacifica. Es fuente de felicidad y fecundidad. Aumenta la capacidad de vivir.
Reanima. Te da certezas sobre lo que piensas y deseas verdaderamente. Te da
solidez en medio de las vicisitudes de la vida. Despierta y fecunda tus
energías latentes. Te ayuda a revisar tus valores morales. Da a tu vida equilibrio:
distingues lo principal de lo secundario. Vale la pena el esfuerzo, ¿verdad? P.
Natalio.
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