Benito Labre:
mendigo santo
Buenos
días, amigo/a
Benito José, vestido de harapos,
tenía un aspecto repulsivo para la mayoría, pero en algunos generaba una honda
admiración. Cierto día, le preguntaron de qué estaba hecho su corazón. El
respondió: —De fuego para Dios, de carne para el prójimo, de bronce para
conmigo mismo. Como los pájaros del cielo se alimentaba de lo que Dios le
ofrecía. —Se ofende a Dios —dijo al cura de Cossignano— porque no se conoce su
bondad.
Cuando san Benito Labre hablaba del misterio de la Santísima Trinidad,
su rostro se hacía tan luminoso como el sol o lloraba a lágrima viva. Un día un
teólogo le hizo este reproche: «Tú hablas siempre de la Santísima Trinidad,
¿pero qué sabes de ella?» Y Benito le respondió: «No sé nada... pero, mira me
siento arrebatado». Y al decir esto hacía un gesto con la mano que decía mucho
más que todas sus palabras. Qué hermosa respuesta de este santo, mendigo por
las calles de Roma. En verdad se sentía fascinado por la Trinidad, porque el fuego
de la zarza ardiente se había apoderado de su corazón.
En Loreto, un sacerdote, al verlo
acostado en el frío suelo del atrio, le preguntó: —¿No sabe, hermano, que el
frío de la piedra y el aire del campanario pueden matarlo? Y Benito José sonriendo dulcemente y con
humilde acento, le dijo: —Dios lo quiere así. Los pobres dormimos en el lugar
donde nos llega la noche... Los pobres no necesitamos buscar una cama demasiado
cómoda... Además, padre, me gusta estar solo con Dios... Te espero mañana aquí.
P. Natalio.
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