Paz en la familia
Buenos días, amigo/a.
Hoy te cuento una
anécdota de santa Mónica, cuyo hijo Agustín fue un adolescente terrible, y cuyo
esposo era muy irascible. Esta buena mamá irradiaba paz y dulzura. Había
comprendido que la paz es un don de Dios tan valioso, que vale la pena hacer
cualquier sacrificio para no perderla por ningún motivo. El precio era una
imperturbable paciencia.
En aquella región del norte de África, donde las gentes
eran sumamente agresivas, las amas de casa le preguntaban a Mónica por
qué su esposo, que era uno de los hombres de peor genio en toda la ciudad, no
la maltrataba nunca a ella, y, en cambio, los esposos de ellas las golpeaban
sin compasión. Mónica les respondió: —Es muy sencillo, cuando mi esposo está de
malhumor, yo me esfuerzo por estar serena y tranquila. Cuando él grita, yo
me callo. Y como para pelear se necesitan dos, y yo no acepto la pelea,
pues…no nos peleamos.
La paciencia es una madurez. Presupone virtudes tan
sólidas como la humildad y la fe en Dios. Conseguirás la paciencia meditando en
Jesús bondadoso, sufrido, servicial, y suplicándole vuelva tu corazón a
semejanza del suyo, manso y humilde. Que el Señor te ayude a dar pasos para
crecer en esta virtud tan necesaria. P. Natalio.
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