Solo tenían una fruta
Buenos días,
amigo/a.
La humildad lleva al hombre a ubicarse con
verdad ante Dios, nuestro creador. Él ve
los corazones y conoce nuestros sentimientos. Dice Dios (Is. 66, 2): “En ése
tengo puestos mis ojos, en el humilde y abatido, en el que se estremece ante
mis palabras”. La humildad va de la mano con el santo temor de Dios.
Una vez tres hombres
se perdieron en la montaña. Casi desfallecían de hambre y solamente quedaba una
fruta. Apareció entonces Dios y les dijo que probaría su sabiduría. Les
preguntó qué podían pedirle para arreglar el problema de alimento. Uno dijo:
"Pues, haz aparecer más comida". Dios contestó que no se debe pedir
soluciones mágicas: hay que trabajar con lo que se tiene. Dijo otro: "Haz
que la fruta crezca para que sea suficiente". La solución no está en pedir
multiplicación de lo que se tiene, pues los hombres nunca quedarían
satisfechos. El tercero dijo: "Mi buen Dios, aunque tenemos hambre y somos
orgullosos, haznos pequeños para que la fruta nos alcance". Dios dijo:
"Has contestado bien, pues cuando el hombre se hace humilde y pequeño ante
mis ojos, verá la prosperidad".
Seremos felices cuando aprendamos que la forma de pedir a Dios es
reconocernos débiles, y ser humildes dejando de lado nuestro orgullo. Y veremos
que, al empequeñecernos en lujos y ser mansos de corazón, baja a nosotros la
prosperidad del Señor que escucha nuestra oración. Pídele a Dios que te haga
pequeño... ¡Haz la prueba! P. Natalio.
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