Gracias, Señor, por mis manos
Buenos días, amigo/a
Ningún trabajo es insignificante o despreciable, cualquier ocupación
merece que pongamos todas nuestras fuerzas y nuestra creatividad en
ella. “Si alguien está llamado a ser barrendero, debería barrer las
calles como Miguel Ángel pintaba, como Beethoven componía música o
como Shakespeare escribía versos”, (M. L. King). Aprecia y agradece
tus manos.
Gracias Señor, por mis manos. Gracias por las dos. Por mi dedo pulgar,
por el índice, por todos, gracias. Gracias, por todo lo lindo que hice
con ellas. Gracias, por lo bien que me obedecen, porque nunca se me
niegan. Gracias, cuando trabajan y se ensucian, cuando duelen, cuando
rezan, cuando acarician. Gracias por lo bien que se mueven y lo poco
que descansan. No me castigues en ellas, ni permitas que con ellas yo
castigue a nadie. Dale manos así a todos los niños, a todos los
hombres, a quien las necesite para servirte. Gracias todos los días,
cada hora, cada minuto, siempre. Gracias Señor, ¡gracias por mis
manos!
El trabajo honrado y responsable nos libera del aburrimiento, de
entregarnos a los vicios, y nos proporciona los recursos para remediar
nuestras necesidades fundamentales. Es una bendición de Dios. Trabaja
con gusto y acabarás sintiendo gusto por el trabajo. “El que no quiera
trabajar, que no coma”, escribió san Pablo a los de Tesalónica. Que
tengas un día de acción. P. Natalio.
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