viernes, 28 de junio de 2013

El ermitaño y el rey

Buenos días, amigo/a

Aquí te presento una extraña anécdota: un ermitaño que se considera
más rico que su rey, dueño de un palacio lujosísimo, con una
servidumbre innumerable, el mayor terrateniente del país, que dispone
de carruajes y animales a su antojo. ¡Un sátrapa! ¿Por qué el hombre
solitario y pobre insiste en que su riqueza es mayor que la de este
riquísimo rey?

Un viejo ermitaño fue invitado cierta vez a visitar la corte del rey
más poderoso de aquella época. —Envidio a un hombre santo como tú, que
se contenta con tan poco, comentó el soberano. —Yo envidio a su
Majestad, que se contenta con menos que yo, respondió el ermitaño
—¿Cómo puedes decirme esto, cuando todo el país me pertenece?, dijo el
rey, ofendido —Justamente por eso. Yo tengo la música de las esferas
celestes, tengo los ríos y las montañas del mundo entero, tengo la
luna y el sol, porque tengo a Dios en mi conciencia. Su Majestad, sin
embargo, sólo posee este reino.

San Francisco de Asís, afirmaba: “Mi Dios y mi todo”. Supo hacer un
camino de desapropiación que lo vació de lo caduco y pasajero. Y Dios
llenó ese vacío ampliamente. Lo comprobó san Agustín: “Señor, nos
hiciste para ti; y nuestro corazón andará inquieto hasta que no
descanse en ti”. El ermitaño era un sabio que gozaba de la creación en
Dios, sin apropiársela. P. Natalio.

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