El príncipe heredero
Buenos días, amigo/a.
Compadecido Dios del miserable estado en que se hallaba el hombre, su
criatura predilecta, después que pecó en el Edén, concibió un
admirable plan para volverlo a su primer esplendor y belleza. Le
proporcionaría un modelo de hombre nuevo que activaría las fuerzas que
permanecían adormecidas en su interior.
Cuenta la leyenda que el rey, la reina y toda la corte estaban tristes
y preocupados. El príncipe heredero tenía ya nueve años, pero su
aspecto era lamentable. Había nacido maltrecho y deforme. Un día el
hombre más sabio del reino despertó en el rey y su corte una gran
esperanza. Se encargó al mejor escultor que hiciera una bella estatua
del niño. Tan sólo cada día debía sentarse por una hora contemplando
su propia figura esbelta y airosa. Con ansias el príncipe esperaba esa
hora en que miraba fascinado su propia estatua de finísimo mármol
blanco. Embelesado, se inflamaba su imaginación y el corazón aceleraba
sus palpitaciones. Le brotaban ardientes lágrimas de los ojos, y se
activaba una lenta, imperceptible metamorfosis en su estropeado
cuerpo. A los pocos meses el rey y la reina y toda la corte, llenos de
alegría y felicidad, celebraron el cambio total y maravilloso del
príncipe heredero.
Jesús es el modelo perfecto del hombre nuevo. Dios nuestro Padre nos
invita a transformarnos en él, haciendo nuestros sus sentimientos y
actitudes. Para lograrlo nada mejor que meditar e interiorizar sus
palabras y ejemplos cada día, con el Evangelio en la mano. Ojalá que
como san Pablo puedas decir “Ya no soy yo quien vive, sino que es
Cristo quien vive en mí”. P. Natalio.
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