miércoles, 7 de julio de 2010

Buenos días, 8 de julio 2010

Niño paralítico

Buenos días, amigo/a

La gente sencilla intuye que los hombres de Dios tienen acceso al divino poder y le arrancan milagros. Son hombres de oración y viven el amor cristiano a la perfección. Por eso los santos se vieron rodeados de gente apremiada por situaciones dolorosas que les pedían intercesión ante Dios para remediar sus males. Así le pasó una vez a un santo monje del desierto.

Un hombre, en Egipto, tenía un hijo paralítico. Con el niño en los brazos partió al desierto hasta la celda del santo abad Macario. Lo abandonó junto a la puerta y se fue. El niño asustado empezó a llorar. Cuando el anciano monje salió, encontró al niño e inclinándose hacia él, le preguntó: —¿Quién te trajo hasta aquí? El pequeño respondió: —Mi padre, él me arrojó aquí y se fue. Macario le dijo entonces: —Levántate y ve a buscarlo. Curado allí mismo, el niño se puso de pie, buscó a su padre y regresaron juntos a su casa.

El padre del niño había llevado con sacrificio a través del desierto a su hijo maltrecho. Con un gesto bien significativo lo dejó a la entrada de la celda del santo, como diciéndole: “Si no lo curas, hazte cargo tú de cuidarlo, mantenerlo, ya no puedo más”. Esta dura situación del padre fue captada al instante por el abad. Y se produjo el milagro para gloria de Dios. P. Natalio.

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